Los gestos de Lutero a la luz de las modernizaciones en política y economía

AutorHernán Gabriel Borisonik
CargoDoctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires
Páginas84-103
1807-1384.2014v11n1p84
Esta obra foi licenciada com uma Licença Creative Commons - Atribuição 3.0 Não
Adaptada.
LOS GESTOS DE LUTERO A LA LUZ DE LAS MODERNIZACIONES EN
POLÍTICA Y ECONOMÍA
Hernán Gabriel Borisonik
1
Resumen:
Teniendo en cuenta que la tradición del pensamiento político vinculó casi
"naturalmente" el auge del capitalismo y el individualismo con la herencia luterana
sin bucear profundamente bastante en los detalles y particularidades que
caracterizan a esta unión, este artículo tiene como objetivo hacer un análisis más
complejo de estos aspectos. Si bien es claro que uno de los sellos más fuertes de la
primera modernidad ha sido el avance de las nuevas relaciones sociales y
económicas y de la secularización progresiva de aspectos que antes sólo estaban
conectados al dominio sagrado, también es cierto que aun el poder religioso estaba
en una situación de privilegio en relación con la posibilidad de ser obedecido, de
interpretar la revelación y de imponer sus disposiciones sobre la sociedad civil.
Palabras-clave: Lutero. Política. Economía. Modernidad. Sacralidad.
Una de las lecturas más aceptadas de la teoría política contemporánea
(basada en ideas de Max Weber) sostiene que el individualismo moderno ha sido un
aporte del protestantismo. Bajo esa premisa, se ha vinculado, sin más, al nacimiento
del capitalismo con la Refirma protestante. Sin embargo, recién hace pocos años
han aparecido aportes teóricos e historiográficos que ponen en duda (o, al menos,
matizan) el énfasis de tal afirmación. Sea como sea, un dato es certero: en el camino
de su reforma, Lutero condensó muchas de las tensiones que determinaron los
rumbos del Occidente moderno, dado que fue quien pretendió separar
categóricamente a lo material y lo político de lo espiritual, pero, simultáneamente,
fue quien propuso que el gobierno civil castigue a los “pecadores”. La propuesta de
este artículo es, entonces, analizar algunos aspectos concretos de las normativas
católicas y protestantes de cara a la irrupción de nuevas formas políticas y
económicas que transformaron la vida de Occidente.
1 Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Docente e investigador en temas
de Teoría Política de la Universidad de Buenos Aires. Becario CONICET. E-mail:
hborisonik@sociales.uba.ar
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R. Inter. Interdisc. INTERthesis, Florianópolis, v.11, n.1, p.84-103, Jan./Jun. 2014
La llamada Temprana Modernidad representó, entre otras cosas, un
importante proceso de secularización, es decir, un pasaje de lo religioso a lo jurídico
que estuvo signado por la centralización del poder político y dio origen a los Estados
nacionales. Dos de los rasgos más salientes de tal transformación han sido la
positivización de las normas y la aparición de sujetos jurídicos individuales,
portadores de derechos y obligaciones. Como podrá observarse, ambas
características han sido robustecidas por el legado de la Reforma Protestante. De
todas maneras, al ser una etapa de transición, muchas de las categorías que la
Modernidad más acabada habría de comprender como dicotomías, se encontraban
aun expresadas con mayor sutileza y sin límites tan claros. En ese contexto, la figura
de Lutero ha cobrado una importancia cardinal, dado que sus acciones implicaron un
fuerte quiebre a las doctrinas de la Iglesia católica y, además, porque marcó un
fundamental reposicionamiento de los diversos grupos sociales que conformaban al
escenario alemán. Es preciso aclarar que en tales circunstancias, “lo político” y “lo
religioso” eran discursos mutuamente permeados y superpuestos, siendo muy difícil
(más allá de la intención luterana) hallar un límite concreto y tajante entre ambas
esferas analíticas.
Precisamente, debido a la falta de precedentes revolucionarios y a la
ausencia de un Estado consolidado, la Reforma protestante y las guerras
campesinas acabaron por reforzar la condensación y concentración del poder
político en manos de las autoridades seculares, intensificando la tendencia hacia la
distinción entre las morales privadas y las leyes públicas, colocando a las primeras
en el ámbito de lo individual (donde fueron colocadas la fe y las acciones
económicas) y a las últimas como imposición sobre la sociedad en su conjunto.
Una de las características más distintivas de la organización político-
económica de Edad Media era la superposición de diversas lógicas que concebían,
con relativa independencia, a la autoridad, al terreno y al gobierno. Pero mientras
que la geografía descentralizada y fuertemente fragmentada del sistema feudal
tendía a la dispersión del poder, la Iglesia y el Imperio eran fuerzas de concentración
y unidad, cuya autoridad era centralizada pero no implicaba sujeción territorial. Estas
lógicas conformaban jurisdicciones superpuestas que aplicaban (de manera no
exclusiva) formas de dominio y de adjudicación de derechos y deberes sobre los
diversos estamentos sociales. Esta superposición fue la causa de no pocos
conflictos, sobre todo hacia los siglos XV y XVI, en los que la pretendida

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